Lilith by George MacDonald

Lilith by George MacDonald

autor:George MacDonald [MacDonald, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1885-01-01T00:00:00+00:00


26

Una acalorada disputa

ME ECHÉ EN LA CAMA Y ME PUSE A REPASAR en la mente la historia que me había contado. Se había descuidado, y por una sola palabra imprudente, puso fin a uno de los misterios en relación con el estado en que yo la había encontrado en el bosque. Era la pantera la que había saltado; la princesa la que yacía postrada en la orilla y las aguas corrientes habían disuelto el autohechizo. Lo que ella misma había contado sobre el objetivo de su viaje revelaba que los Pequeños se encontraban en un peligro inminente; yo había salvado la vida de su terrible enemiga.

Acababa de llegar a esta conclusión cuando me quedé dormido. Quizá el delicioso vino no fue del todo inocente por ello.

Cuando abrí los ojos era de noche. Una lámpara que colgaba suspendida del cielo raso bañaba la habitación con una luz clara, aunque tenue. Me ganaba una deliciosa languidez. Me parecía estar flotando lejos de la tierra, en el seno de un mar crepuscular. La existencia en sí misma era placer. No sentía dolor alguno. No cabía duda de que agonizaba.

Ningún dolor… ¡Ah, qué flechazo de mortal dolor era aquel! ¡Qué aguijón de sufrimiento! Me atravesó el corazón. ¡Otra vez! Era la agudeza misma… y tan atormentador. No me era posible levantar la mano para colocármela sobre el corazón: algo me lo impedía.

El dolor iba calmándose, pero todo mi cuerpo parecía paralizado. Algo maligno estaba sobre mí… ¡algo odioso! Habría luchado, pero me era imposible intentarlo. Mi voluntad agonizaba por afirmarse, pero en vano. Desistí y me quedé rendido pasivamente. Entonces cobré conciencia de una mano suave sobre mi cara que me presionaba la cabeza sobre la almohada, y de un gran peso sobre mi cuerpo.

Empecé a respirar más libremente; el peso ya no me presionaba el pecho; abrí los ojos.

La princesa se alzaba sobre mí de pie en el lecho, y miraba el cuarto con el aire de quien sueña. Sus grandes ojos eran claros y serenos. Su boca lucía la expresión de una pasión satisfecha: se enjugó un hilillo rojo que le salía de ella.

Captó mi mirada, se inclinó y me dio en los ojos con el pañuelo que llevaba en la mano: fue como si me pasara por ellos el filo de un cuchillo y por un instante quedé ciego.

Oí un apagado sonido pesado, como el de un gran animal de pies mullidos que aterrizara de un salto. Abrí los ojos y vi el balanceo de una larga cola que desaparecía por la puerta entreabierta. Me lancé tras ella.

La criatura había desaparecido por completo. Me apresuré escaleras abajo hasta llegar al salón de alabastro. La luna estaba alta y el lugar era como el interior de una luna ligeramente blanqueada por el sol. La princesa no estaba allí. Debía encontrarla: en su presencia podía protegerme; en su ausencia no me era posible hacerlo. Yo era para ella un animal doméstico del cual se alimentaba; una fuente humana para una sed demoníaca. Me demostró afecto para utilizarme con más facilidad.



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